Después de terminar cada clase, el profesor y economista Samuel Gidofi tenía la costumbre de quedarse en el aula resolviendo dudas o recibiendo comentarios de parte de los estudiantes. En los más de diez años que llevaba trabajando en la misma universidad se había ganado un prestigio ampliamente reconocido por colegas y alumnos, especialmente por ser atento, claro al exponer sus ideas y estricto al momento de evaluar.
Ahí también había encontrado el amor. En la misma universidad conoció a su esposa, la encargada de comunicaciones Estela Porquensi. Llevaban 18 años casados cuando los conocí. Ella se había ganado la confianza de estudiantes, profesores y funcionarios resolviendo desde problemas técnicos hasta diversas tareas administrativas dentro de la universidad. Ahora sería promovida a directora de la Facultad de Comunicaciones, mientras que Samuel seguiría siendo profesor. Tenían tres hijos: Medardo, de 15, Alejandro, de 13, y Kandira, de 10. Ambos compartían las tareas de crianza. Parecía tratarse de una historia armoniosa, pero desde hacía un año no tenían relaciones sexuales.
Si bien la convivencia en las parejas suele aumentar el apoyo mutuo en asuntos personales y profundos, así como el interés y la responsabilidad por el otro, la atracción física, en cambio, disminuye. ¿Las causas? Pueden ser variadas: desde la ansiedad, el estrés, la edad, o simples problemas de pareja, hasta el uso de antidepresivos y alteraciones hormonales. Sin embargo, la satisfacción de la vida en pareja y la sexualidad pueden disminuir o aumentar en distintas facetas de la vida, incluso con periodos como los que estaban viviendo Samuel y Estela.
Estela, a sus 50 años de edad, transitaba el periodo de la menopausia que le producía cambios en los niveles de estrógeno -la hormona femenina- y, por ende, en su estado de ánimo. A veces -me lo comentó en la consulta de un modo muy sutil- experimentaba un “aura” o “toques”, una sensación incómoda que le avisaba que los característicos bochornos de esta etapa estaban por surgir.
Samuel, con sus 54 años, ya no sentía un impulso sexual por su esposa: hace un año, recuerda, mantenían relaciones sexuales, como mucho, una vez al mes. Luego disminuyeron las fantasías y los pensamientos sexuales. Incluso, la estimulación por medios visuales, palabras o el tacto le dejaron de suscitar interés.
En el caso de los hombres, es a partir de los 30 años de edad que los niveles de testosterona comienzan a caer en un promedio de 10% en cada década. Y a partir de los 50, el descenso es progresivo. Para los 70 años, los niveles de andrógenos (testosterona, androsterona y androstenediona) son tan solo el 10% de lo que pudieron haber sido durante la juventud. Este déficit excesivo, también conocido como andropausia o menopausia masculina, es parte normal del envejecimiento. Puede provocar un deterioro del deseo y de la actividad sexual -como los empezaba a presentar Samuel-, así como problemas de erección, cansancio, irritabilidad, osteoporosis, entre otros síntomas que repercuten en la calidad de vida.
Pero en el caso de Samuel, la edad no era el factor más importante.
Un nuevo vínculo
En el último año, uno de sus alumnos, Eugenio, había empezado a esperarlo después de clases hasta que terminara de resolver las dudas de los demás compañeros para poder conversar con él. Naturalmente, debatían sobre materias vistas en clase. Él lo acompañaba caminando hasta su automóvil y luego se despedían. Esto se fue haciendo costumbre y, quizá sin darse cuenta, habían creado un vínculo distinto.
Samuel atribuía las ganas de su alumno de conversar al interés genuino de aprender y compartir conocimientos. Pero, una tarde, Eugenio le ofreció tomar un café en el comedor de la universidad para seguir con la charla. Cuando se sentaron en un rincón de la cafetería, sin mediar introducción, Eugenio le confesó que le gustaba su estilo de decir las cosas, todo lo que sabía y que se sentía tremendamente atraído por él.
Samuel se quedó absorto. Asustado, miró a su alrededor: vio a un grupo de estudiantes conversando en las mesas cercanas y, unas mesas más allá, a unos colegas tomando un café. Se sintió abrumado. Era la primera vez que un hombre le confesaba su atracción de manera tan directa.
⎯Era una situación muy incómoda ⎯me explicó. ⎯Pero a medida que aumentaba sus expresiones de admiración, afecto y gusto hacia mí, iba percibiendo por dentro un gusto sordo por lo que me decía.
Mientras Samuel hablaba, yo lo escuchaba y tomaba nota. Nuestra actitud como psicólogos se debe mantener serena, tranquila, casi inmutable, salvo algún gesto mínimo. En mi caso, a veces levanto la ceja izquierda o cierro un momento los ojos en señal de escucha y entendimiento. Adoptamos esta postura física y mental, además, porque muchas veces los relatos adquieren una prosodia rítmica cada vez más intensa.
⎯Voy al punto, doctor. Estoy llevando una relación con Eugenio desde hace un año ⎯confesó con un tono de alivio, como quien se va quitando un gran peso de encima. ⎯Siento que lo admiro y lo deseo más que a mi mujer.
Los profesores siempre han sido objeto de deseo debido a que son vistos, reconocidos y admirados, en cierta medida. Como suele ocurrir en este tipo de relaciones románticas y pasionales, el alumno proyecta en el maestro el deseo de poseer su conocimiento y desentrañarlo. El profesor, por su parte, se siente importante y admirado. En estas relaciones se genera una dinámica desigual de poder ya que el profesor, por su rol, tiene mayor capacidad de incidir en las condiciones de la relación. Crear un vínculo, por lo tanto, implicaba romper los límites entre alumno y profesor, pero sobre todo que Samuel estuviera dispuesto a iniciar una relación amorosa muy nueva para él.
Aceptar experiencias nuevas en una etapa avanzada de la vida muchas veces se trata del cierre de un prolongado estado de negación. Samuel, por ejemplo, en un inicio había descrito su relación en términos estrictamente sexuales, como queriendo desligarse de cualquier emoción o sentimiento. “Yo solo quiero ese cuerpo, lo que recibo y disfruto de él”, había dicho en algún momento. Pero luego de responder algunas preguntas sobre la frecuencia y la intensidad de sus encuentros, le pregunté si creía que ese deseo de tener sexo con Eugenio, incluso hasta tres veces al día, era producto de un sentimiento obsesivo, o si realmente se estaba enamorando de él.
Declarar la verdad
Antes de iniciar el tratamiento psicológico, le pedí a Samuel realizarse un perfil hormonal completo mediante la toma de una muestra de sangre para comprobar cómo estaba funcionando su sistema endocrino, también llamado sistema de glándulas de secreción interna. Este conjunto de glándulas y tejidos del organismo segregan más de treinta hormonas que circulan a través de la sangre y controlan muchas de las funciones del cuerpo humano, desde el metabolismo y la respuesta al estrés, el estado de ánimo y el apetito sexual, hasta el crecimiento y desarrollo.
Por ejemplo, los testículos -las glándulas sexuales de los hombres- producen la testosterona, que mantiene el deseo sexual, produce espermatozoides, e incluso ayuda a sentirse bien y con energías. Solo cinco de cada mil hombres presentan niveles por debajo de lo normal. Sus principales síntomas son fatiga y letargo, depresión, ansiedad, irritabilidad, menor deseo sexual, menor fortaleza, mayor sudoración y una baja concentración o memoria, los cuales podrían afectar en la relación sexual de las parejas. Por lo tanto, era necesario descartar que estos síntomas en Samuel fueran producto de una falta patológica en la testosterona.
La historia de Samuel no es un caso aislado. Son numerosas las historias de hombres que descubren, por ejemplo, que son homosexuales estando casados. En 2010, por ejemplo, se fundó en Manchester, Reino Unido, el grupo de apoyo ‘Hombres gay casados’, conformado por hombres mayores que, en su mayoría, se casaron con mujeres en las décadas de 1970 y 1980, cuando la sociedad era aún más hostil con los homosexuales. Mientras algunos prefirieron callar su orientación sexual y sostener un matrimonio heterosexual, otros llevaron una vida paralela. Hoy el grupo brinda dos veces al mes un espacio que permite a los hombres que están en una situación similar hablar abiertamente sobre sus sentimientos y experiencias sin sentirse juzgados. También concluyen que, cualquiera sea el caso, tarde o temprano, reprimir, disfrazar o transformar la pulsión sexual es imposible. La necesidad de expresar el amor libremente termina siendo más fuerte.
La reacción más común de parte de la familia es sentirse engañada o decepcionada, víctimas de una mentira. Para la esposa, la ruptura del vínculo emocional con su esposo genera angustia, enojo, y preocupaciones sobre el prejuicio social que esto pudiera generar. La tarea del psicoandrólogo, en esta parte, consiste en explicar a los esposos o hijos por qué es tan importante que sus exparejas o padres asuman su nueva orientación sexual. El camino es brindar apoyo.
Hasta hoy, la comunidad gay enfrenta todos los prejuicios creados por la sociedad. Esto propicia conflictos psicológicos que impiden el bienestar de la vida.
Un caso extremo es el del fundador de Hope for Wholeness, McKrae Game, un estadounidense de Carolina del Sur, casado y con dos hijos, quien luego de haber promovido terapias de reorientación sexual durante dos décadas, se declaró homosexual a sus 51 años de edad. Bajo el lema “liberarse de la homosexualidad a través de Jesucristo”, Game decía que sentir atracción por personas del mismo sexo era un “trastorno de desarrollo multicausal”. Se estima que miles de personas pasaron por su centro. No se conocen casos reales de reorientación. Al contrario, Game, en una de sus entrevistas, dijo: "Yo creé todo esto y hemos dañado a generaciones de personas". Hoy, la congregación -que lo expulsó después de sus declaraciones- sigue impartiendo terapias desarrolladas por él en 15 estados de EE.UU., pese a que estas ya están prohibidas en otros 18 estados.
Sin embargo, existe poca evidencia sobre las experiencias del cónyuge heterosexual. Para algunas esposas, por ejemplo, es difícil enfrentar que sus exparejas sean elogiadas y clasificadas de valientes por reconocer su homosexualidad, mientras se ignora el daño que dejan atrás.
En China, donde cerca del 90% de hombres gay se han casado con mujeres heterosexuales, existen las Casas de las Esposas de Hombres Gays, que cuentan con una línea telefónica para ayuda psicológica. Algunas mujeres tongqi -nombre con el que son conocidas- han caído en depresiones severas debido a que sus esposos son incapaces de tener relaciones sexuales con ellas.
La versión de la pareja
Tres días después de la última sesión, Samuel regresó al consultorio a entregarme los resultados. Sus hormonas, según los exámenes, funcionaban acorde a su edad, por lo que su caso era netamente psicológico. Por lo tanto, me quedaban dos opciones: realizar varias sesiones de psicoterapia cognitiva conductual para revisar y retormar su comportamiento sexual y afectivo con su esposa, o prepararlo para que emprenda esta nueva ruta con Eugenio sin remordimientos.
Pero, faltaba un detalle por hacer: conversar con su esposa, Estela.
⎯¿Con mi esposa? ¡Pero si el problema es mío! ⎯se apresuró Samuel. No aceptaba la idea de que sus hijos se enteraran de lo que le estaba sucediendo. ⎯¿Soportaría mi hija ver que prefiero besar a un hombre que a una mujer hermosa como su madre?
Al terminar la sesión, Samuel, evidentemente afectado, se levantó de su silla, dijo que avisaría a Estela sobre la cita y se fue sin despedirse. Más tarde, envió el número de Estela al celular de mi secretaria. Luego -me contó después- fue a encontrarse con Eugenio, su alumno, y le explicó que había decidido acudir a un psicólogo especialista y que, por ahora, lo mejor era detener sus encuentros amorosos.
Esa misma tarde, Estela se dirigió a mi consulta.
⎯Nuestra relación siempre fue muy transparente. Éramos amigos, amantes, padre y madre. Yo me sentía muy bien atendida y entendida, pero desde hace un año no sé qué ha sucedido. He tratado de seducirlo y no pasa nada ⎯me explicó Estela.
⎯¿Han tenido en algunas oportunidades discusiones fuertes, intercambios de pareceres o situaciones de celos, momentos complejos de la naturaleza que fuera? ⎯pregunté.
⎯Una vez me ofrecieron trabajar en una transnacional por un sueldo tres veces mayor, para el cual iba a tener que viajar cinco veces al año a la sede central de Copenhague, en Dinamarca, durante los dos primeros años, hasta entender la cultura organizacional de la institución. Él dijo que esto gatillaría una serie de desencuentros entre nosotros, y yo me dejé, no acepté el trabajo. Nunca debí permitirlo.
⎯¿Alguna vez le ha reconocido a Samuel los logros y avances que él ha obtenido en la universidad? ⎯pregunté. Quería tratar de entender ambos puntos de vista: cómo se veía afectado Samuel por el ascenso de su esposa, y cómo ella se veía afectada, a su vez, al ver a su esposo en la misma posición en la que lo conoció.
⎯¿Avances? Como esposo y padre le reconozco méritos y él lo sabe, pero no como hombre que busca superarse y que aprovecha todas las oportunidades. Y ahora, hasta en la cama es mediocre ⎯me dijo Estela, con los ojos llenos de lágrimas.
Conforme la conversación se fue desarrollando, quedaba claro que Estela desconocía cuál era el motivo real por el cual su esposo ya no se fijaba en ella. Parecía interpretar que la situación crítica era producto, al menos en parte, de la envidia de su esposo ante su progreso. En la mayoría de los países, las mujeres en promedio ganan solo entre el 60% y 70% del salario de los hombres y es más probable que se desempeñen en actividades de baja productividad y en sectores informales que los hombres. Pero cuando una mujer progresa y supera todas estas barreras, prevalece la idea de que no lo merece tanto como un hombre. La intuición de Estela era lógica. A diferencia de las mujeres, los hombres sienten su autoestima baja cuando sus parejas tienen mayor éxito o sobresalen en algún aspecto. Pueden llegar a la depresión, incluso sabotear la relación con el paso del tiempo.
Samuel, en su cuarta sesión, estuvo confundido e indeciso. Había llamado a Eugenio y este no le había contestado. Evidentemente, su autoestima había bajado. Respondió con tono de dudas a todas mis preguntas. Además, en un arrebato de confianza -como él mismo reconoció después- me suplicó que le contara lo que habíamos conversado con su esposa. Como suelo hacer en estos casos, le recordé que existe una Ley y un Código de Ética Profesional que todos los profesionales de la psicología debemos cumplir, y que nos prohíbe revelar lo tratado en nuestras sesiones, salvo el mismo paciente lo permita o un juez lo solicite.
Si él necesitaba saber más, todos debían saber más. Debíamos conversar los tres: Samuel, Estela y yo.
Quitarse la máscara
Preparé el escenario para realizar la sesión cumbre. Mi secretaria entró a mi consultorio y me avisó que cada uno había llegado por separado y que los haría pasar de inmediato.
Durante el último tiempo, Samuel y Estela habían construído en silencio el desencanto del uno por el otro. Callaron sus disgustos y dejaron pasar oportunidades en las que hubieran podido acercarse. La última vez que los vi juntos, fue en esa misma sesión.
⎯Doctor, soy la única mujer aquí y me siento en desventaja -dijo Estela, mirándome primero y luego a su esposo sin pestañear. ⎯Yo no he venido aquí a escuchar lamentos ¿por qué tengo que escuchar a quien se supone que es mi esposo en este plan de víctima desorientada?
⎯Samuel ⎯intervine⎯ ¿Le dijo a Estela lo que significaba para usted que, por la decisión que tomaron, ella perdiera una oportunidad para progresar profesional y económicamente? ¿Ha notado también que desde esa fecha, aproximadamente, usted empezó a tomar distancia en todos los campos con ella?
⎯¿Te acuerdas del empleo que me ofrecieron por el que hubiera tenido que viajar a Dinamarca? ⎯Estela intervino y no dejó contestar a Samuel. La mirada mirada taciturna de él cambió a una expresión de extrañeza y sorpresa⎯. ¡Yo cedí y perdí y sigo perdiendo, doctor!
⎯Estela, sé que te descuidé, me equivoqué, pero nunca te fui infiel ⎯dijo Samuel, desconcertado⎯. El próximo año me vas a supervisar y vas a evaluar mi trabajo, te van a aumentar el sueldo, y yo seguiré siendo profesor.
Estela, furiosa, se levantó de su silla, caminó hasta la puerta del consultorio y se marchó.
⎯Creo que hoy se sacó la máscara ⎯me dijo Samuel cuando nos quedamos solos en el consultorio.
⎯Ambos se sacaron la máscara ⎯le respondí⎯. Usted no lo hizo totalmente. Creo que ambos están a tiempo.
El lunes siguiente Samuel me llamó para decirme que ya había pagado la cuenta y que recuperaría lo que creía haber perdido.
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