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En busca de la fecundación



Desde hacía un tiempo, Fausto Lebrac prefería evitar a su mujer. No importaba que pasara más de doce horas diarias conduciendo su taxi, a sus 44 años había empezado a esperar hasta la medianoche, cuando su pareja ya estuviera durmiendo, para volver a casa. Ella, Flor Tesbarán, había cumplido ya 39, era digitadora de una empresa y estaba deprimida: quería tener hijos, pero esa posibilidad se veía cada vez más lejana. 

Fausto y Flor mantenían una relación amorosa de siete años, cuatro de los cuales habían convivido. Para entonces, cuando me buscaron, él prefería subir a su taxi y salir a trabajar si no sentía la mejor atmósfera en casa. Temía que un simple malentendido pudiera desembocar en un conflicto mayor, como ya había ocurrido en ocasiones anteriores. Flor, en cambio, añoraba al Fausto de los primeros años de la relación. “Era atento, cariñoso, demandante”, recordó una vez en la consulta, mientras Fausto se acomodaba en su silla, nervioso. En los últimos años se había deteriorado la vida sexual entre ambos.

No se trataba de una historia particular. El 66% de las parejas que viven juntas aceptan que con el paso de los años la frecuencia de las relaciones sexuales y la satisfacción disminuyen, comúnmente por causa de la rutina y la dejadez.  En cambio, solo el 34% mantienen relaciones sexuales entre dos y tres veces a la semana.

La continuidad en la práctica sexual dentro de una pareja no solo facilita y los posiciona mejor para tener hijos, también impide que se extinga el deseo sexual. Sin embargo, no hay un consenso sobre cuál es la frecuencia ideal. Se calcula que tener sexo cada dos días es clave para la unión y el bienestar de la pareja debido a que la satisfacción sexual se mantiene en niveles elevados hasta unas 48 horas después de haber tenido relaciones. 

Sin embargo, también se ha concluído que “más no siempre es mejor”. Tener sexo una vez por semana puede ser suficiente en el caso, por ejemplo, de relaciones de pareja con vidas ocupadas, responsabilidades laborales y niños que cuidar. En casos así, procurar tener relaciones sexuales con la mayor frecuencia posible puede transformarse en una presión desalentadora y estresante. Más aún cuando los medios de comunicación enfatizan la idea de que más sexo significa más felicidad.

Varios estudios han documentado una asociación positiva entre la frecuencia sexual y la satisfacción de la relación romántica, pero también se debate si acaso la frecuencia suficiente maximiza el bienestar. Es decir, el sexo es una de las actividades que tiene el mayor potencial para mejorar el bienestar de la pareja, pero no es la única (pasar tiempo juntos y reírse, por ejemplo, también fortalecen la unión). Por ello, los estudios demuestran que si bien es importante mantener activa la intimidad en la pareja, tener relaciones sexuales cuatro o más veces a la semana no implica más felicidad que los que tuvieron sexo una vez a la semana.

Sin embargo, Fausto y Flor quedaban fuera de cualquier promedio ideal: habían pasado tres meses desde la última vez que habían tenido relaciones sexuales.


Intentándolo todo


Hay tres elementos que contribuyen a la disminución de la líbido o el deseo sexual: el nacimiento de los hijos, los tratamientos médicos y la depresión, enfermedad que afecta a más de 300 millones de personas en el mundo.

En este caso, el problema parecía ser que Fausto, por el ritmo agitado de vida y los escasos espacios de tiempo libre, había descuidado su relación y, por consecuencia, la atracción que sentía hacia Flor había disminuído considerablemente. Aunque consumiera viagra de 50 mg. para conseguir una erección, cada vez le era más difícil tener intimidad con ella. 

Aún así, estaban intentándolo todo para tener un hijo. Habían acudido a mi consultorio por indicación de un colega mío, un médico ginecólogo especialista en Reproducción Humana Asistida. Esa especialidad, también conocida como fecundación artificial, permite contactar al óvulo con el espermatozoide de manera artificial cuando una pareja no puede tener hijos.

Oficialmente, se considera un caso de infertilidad si una pareja ha tenido relaciones sexuales sin protección durante más de un año y no han logrado quedar embarazados. En algún momento de la vida, una de cada seis parejas en edad reproductiva -entre los 15 y los 44 años de edad, en el caso de las mujeres, y hasta los 50 años, en el caso de los hombres- experimentan problemas de este tipo.

La raíz del problema puede depender tanto de la mujer como del varón o de ambos. En el caso del hombre la infertilidad o la reducción de la calidad de esperma está estrechamente relacionada con la calidad de vida: sobrepeso, sedentarismo, consumo de alcohol, tabaco, y, sobre todo, estrés, factores que podrían estar afectando a personas como Fausto. Sin embargo, en el caso de las mujeres -que pueden enfrentar obstrucción de las trompas femeninas o trastornos ovulatorios que cuentan con tratamientos sencillos- hay un factor que ha cobrado mayor relevancia en los últimos tiempos: el retraso de la edad de maternidad. 

A los 39 años, parecía ser el caso de Flor. En efecto, la presencia de las mujeres en el campo laboral se ha triplicado en los últimos cincuenta años. Pero si bien las sociedades han cambiado, la biología no. Muchas, cuando quieren ser madres ya sobrepasan los 30 años, edad en que la fertilidad disminuye al 20% en el caso de las mujeres sanas. A los 40, estas posibilidades se reducen hasta el 5%. Pero, en España, por ejemplo, país líder en reproducción asistida, la década de los cuarenta se ha convertido en la más elegida por las mujeres para dar el salto a la maternidad. 

Mi objetivo era estudiar la condición psicosocial de Flor y Fausto: es decir, cómo los aspectos de su vida cotidiana afectaban en su relación. Para ello, se les realiza un examen psiconeurosomático que mide el estado anímico-emocional, neuronal y psicofísico, es decir, la reacción ante un estímulo físico. Estos resultados, más los del espermatograma, las pruebas hormonales y ginecológicas, me permitirían identificar con mayor precisión el problema médico que les impedía lograr un embarazo. 


La inversión de la vida


Las técnicas de reproducción consisten en tratamientos largos y costosos, que agotan tanto física como emocionalmente a la pareja. En España, entre un 20% y un 65% de quienes emprenden este camino presentan ansiedad, depresión, desesperanza, culpabilidad y baja autoestima durante el proceso. No es fácil convivir con la esperanza y el deseo, por eso el acompañamiento psicológico es vital. 

Incluso en los procesos de Fecundación in vitro (FIV), los casos pueden ser más delicados: un 13% de las mujeres presentan ideas suicidas tras el fracaso del primer intento. Sin embargo, es el tratamiento de reproducción asistida más común. Consiste en unir los espermatozoides y los ovocitos en una cápsula de laboratorio y luego, si la fertilización ocurre, transferir el embrión al útero.

De hecho, la reproducción asistida ya forma parte de un lucrativo fenómeno global que se estima que en el año 2023 alcanzará cerca de 30 mil 300 millones dólares en el mundo, con tasas de crecimiento anuales del 9%. Aunque, lamentablemente, esto no parezca estar acompañado de inversiones en nuevas investigaciones que permitirían solucionar más casos de esterilidad. 

Para Flor y Fausto, todo este procedimiento era totalmente desconocido. Flor, por su parte, tenía conocimiento de que debía tomar ampollas que contienen hormonas, pero ignoraba que debía visitar al psicólogo. Cuando se enteró, evidentemente molesta, dijo en plena consulta que lo consideraba una pérdida de tiempo y “una sacadera de plata”. 

No era para menos. En México, el precio de la fertilización in vitro oscila entre los 3 mil y 3 700 dólares y el costo puede duplicarse si es que se recurre a la donación de óvulos o esperma y si se necesitan diagnósticos genéticos preimplantacionalesEn Perú, las parejas invierten entre 3 500 y 4 400 dólares en tratamientos de fertilidad en clínicas privadas. En Colombia, puede costar cerca de 6 mil dólares.

En países como España o Inglaterra, por ejemplo, estos procedimientos son costeados por el Estado debido a que la expectativa de nacimientos es baja y es urgente aumentar el índice de natalidad para sostener la economía en el futuro. Sin embargo, quienes no pueden acceder al tratamiento en la Seguridad Social, deben acudir a un centro privado donde el costo puede ascender hasta los 1 200 dólares y la fecundación in vitro hasta 6 mil. Argentina, por su parte, se convirtió en 2013 en el primer país de América Latina en garantizar el acceso ilimitado de sus ciudadanos al tratamiento de reproducción asistida. En EE.UU., en cambio, el paciente es quien paga todos los costos.

Para Fausto, cuyas ganancias mensuales como taxista giraban en torno a los 2,500 soles, esta cifra era desproporcionada, aún contando el sueldo de Flor, que no superaba los 1,500 soles. Con el rostro compungido y los ojos llorosos, tomó la mano de su esposa y me dijo: “Estamos dispuestos a hacer todo lo necesario, pero solo le pido que no nos engañen”. 


El efecto de los años


Flor comprendió la necesidad del apoyo psicológico cuando conoció más a fondo los cambios a los que se enfrentaría. En los tratamientos de reproducción asistida es común la utilización de hormonas para estimular los ovarios y aumentar la cantidad de ovocitos y, así, tener más probabilidades de éxito en el tratamiento. Pero cuando las hormonas llegan al torrente sanguíneo y recorren todo el cuerpo se producen alteraciones en el estado de ánimo que pueden afectar el curso del tratamiento. Sin la asistencia de la psicología reproductiva, estos efectos, sumados a la tensión, pueden desencadenar en decisiones equivocadas de las parejas. 

Por todo ello, antes de iniciar el tratamiento hormonal, es clave estudiar psicológicamente a la pareja y determinar la salud psíquica de cada uno de los miembros. El papel del psicólogo es ineludible para ayudar a la pareja a tener hijos o, en caso contrario, optar por la adopción. El factor emocional es crucial en el proceso de la reproducción asistida ya que la principal razón por la cual las parejas abandonan los tratamientos es por el estrés derivado del mismo proceso. El compromiso y la implicación de los hombres es crucial, aunque no sufran directamente las consecuencias a nivel físico. 

Los hombres, cuando acuden a un centro de reproducción asistida, perciben una falta de información general tanto en la fase diagnóstica como durante el tratamiento, y en muchas ocasiones permanecen pasivos y callados. Además, los hombres que no pueden tener hijos deben cargar con los prejuicios de una sociedad con estereotipos machistas en la que se vincula la infertilidad y la impotencia con la debilidad. En caso se requiera esperma de un donante pueden sentir una desconexión del proceso e incluso del futuro hijo. Y esta posibilidad cada vez es mayor: la calidad del semen de los hombres occidentales ha disminuido a la mitad en los últimos 40 años.

El día del examen psiconeurosomático, Flor y Fausto lucían más tranquilos y confiados. Realizaron el examen sin contratiempos. Los resultados fueron ingresados en una planilla de registro de datos y una vez terminada esta etapa, les pregunté cómo evaluaban ellos su intimidad como pareja. La pregunta, sin duda, abrió un campo muy delicado. 

⎯¡Ahora, pues, dile al doctor! ¡dile cómo te portas en eso! ⎯respondió Flor primero⎯. Antes tenía que decirte que no, y muchas veces cedí aún cuando sabía que me podía doler, pero yo estaba para ti. Dile al doctor.

⎯Doctor, yo soy transportista, trabajo casi todo el día y cuando Flor está molesta prefiero salir y regresar en la noche, ya qué ganas va a tener uno ⎯dijo Fausto luego de acomodarse en su silla, incómodo, mirar a Flor y luego a mí. 

⎯Pero cuando yo tengo ganas y te pido, nada ⎯interrumpió Flor⎯. Eso lo conversamos con mis amigas, doctor. La mayoría estamos igual: nuestros maridos no funcionan. Todas pensamos lo mismo: o tienen otra o se masturban seguido. ¿Cómo antes sí funcionabas?

Solicité a Fausto retirarse para conversar a solas con Flor. Ella me explicó muy claramente que si el tratamiento no funcionaba, terminaría su relación. 

⎯Yo necesito un hombre que me seduzca, no necesito uno que me mantenga ⎯fue contundente Flor⎯. Como ha observado, soy protestona, pero reclamo lo que considero justo: un hombre que me atienda y yo a él. 

A continuación, pedí a Flor que saliera de la consulta y que hiciera pasar a Fausto para hablar a solas con él.

⎯Doctor, Flor es con quien más tiempo he estado en un relación -comenzó-. Siento por ella algo especial, me ha ayudado en muchas situaciones… pero, aún así, doctor, con ella no se me para y con otras mujeres sí. Cuando la veo sufrir por no poder realizarse como mujer me siento muy arrepentido. 

La frecuencia de las relaciones sexuales disminuyen poco a poco. Primero se van olvidando gestos propios de la intimidad, como los besos y las caricias, y luego surge el miedo a que la pareja malinterprete las intenciones y venga el temido rechazo. Se calcula que en un periodo de diez años, la frecuencia, la calidad y el interés en el sexo en las parejas comienzan a perder la pasión inicial y disminuyen las relaciones sexuales, por lo que se requiere de un esfuerzo mayor para mantener la pasión encendida. Lo más interesante es que, independiente de la biología, son los factores psicológicos como el “sentirse viejo” y albergar estereotipos negativos sobre la edad avanzada los que precipitan descensos más agudos en la calidad de la vida sexual. Sí, el cerebro es nuestro mayor órgano sexual: la forma en la que nos sentimos con nosotros mismos moldea fundamentalmente nuestra experiencia.

Como era de esperar, los resultados de los exámenes de Flor y Fausto demostraron puntajes estrepitosamente bajos en el análisis anímico-emocional. Detectamos en la pareja un Trastorno de ansiedad generalizado, es decir, una preocupación excesiva sobre las expectativas de ser padres, y una Reacción a estrés agudo, que en ambos casos llevaban por lo menos dos años.

Si bien Flor y Fausto coincidían en apoyarse mutuamente para lograr tener un hijo, también parecían decididos a que si el proceso no funcionaba, cada uno tomaría caminos distintos. En esa situación, me preocupaba la sobreproducción de cortisol -la hormona del estrés-. Podía provocar una tensión permanente en Flor que, sumado a la carga hormonal que recibiría, afectaría al embarazo. No basta con que el embrión se implante en el útero materno, sino que se mantenga así durante los ocho o nueve meses en un clima placentero y sano. La calidad de la gestación depende de un terreno psicobiológico equilibrado, es decir, que la madre se encuentre saludable física, anímica y emocionalmente. 

⎯Eso es lo que yo quiero para mi hijo o hija, doctor. Le prometo estar serena ⎯dijo Flor, quien ya había decidido dejar la empresa en la que trabajaba durante el tiempo que durara el tratamiento y el embarazo. Sin embargo, recalqué la importancia de regularizar la actividad sexual, ya que esto no se lograría si cada uno vivía esta experiencia desde una perspectiva diferente.

Una vez superada la etapa de diagnóstico, tomé tres decisiones. A Flor, le indiqué un tratamiento psicológico para medir su ansiedad cada 25 días. Y a Fausto, sesiones de terapia cognitivo conductual para recuperar sus formas afectivas, así como terapias de acondicionamiento psicofisiológico asociado, para mejorar su actitud y aptitud afectiva y sexual hacia su pareja.

Hoy, ambos son madre y padre de mellizos, y su vida afectiva, me confirmaron después, se recuperó.

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