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El síndrome del pene pequeño




Para Anselmo del Monte, la parte más incómoda del día era la hora de ducharse. Ese momento privado que experimentamos con nuestros cuerpos desnudos, él lo percibía como un lugar ajeno, estrecho y frío. Al verse frente al espejo, recordaba cuando tenía 12 años de edad y debía asistir a las clases de natación de su colegio.

Un día, en el camerino, mientras se cambiaba el uniforme por la truza de natación, uno de sus compañeros señaló su pene y, frente a los demás, gritó: “¡Es chiquito!” y de inmediato estallaron las carcajadas del resto de sus compañeros. Él se lanzó al agua fría de la piscina para dejar de escuchar las risas que sonaban a su alrededor. A partir de ese momento recibió el apodo de ‘chiquito’.

La línea entre el humor y el drama a veces puede ser difusa. Para muchos, nada de esto resulta gracioso. Que el tamaño de su pene se convirtiera en su apodo, no fue el único hecho que provocó en Anselmo una consecuencia traumática. No solo su cuerpo le empezó a incomodar, también el de los demás. Los cuerpos lampiños y peludos, anchos y delgados que sus compañeros de curso enseñaban en el baño, sumado a los gritos furiosos del profesor y el silbato para apurar el inicio de la clase, alimentaron aún más sus inseguridades.

A medida que fue creciendo, cargó con esta preocupación. Para evitar el ridículo, aprendió a pasar inadvertido ante las jóvenes del colegio. Tenía cierta fama de animoso y parlanchín, pero a diferencia de sus compañeros que invertían mucho tiempo y energía en conocer chicas, él, que era ágil con los números, prefirió concentrarse en estudiar y cumplir con las asignaciones que dejaban a diarios los profesores.

Estas preocupaciones se convirtieron en una incomodidad permanente. Ya siendo adulto comenzó a evitar cualquier compromiso que pudiera llevarlo a tener sexo. Las oportunidades de salir con mujeres, por lo tanto, se redujeron en su totalidad. Esto bajó tanto su autoestima, que sentía que toda la ropa que vestía le quedaba mal.

Cuando Anselmo llegó a mi consultorio, las relaciones sexuales hacían que el miedo y la vergüenza se apoderaran de su mente y su cuerpo. A sus 24 años de edad, era virgen, y podía mirarse en el espejo varias veces al día preguntándose por el tamaño de su pene. 


Dejar el silencio

Por su habilidad para encontrar soluciones en casos críticos, Anselmo había conseguido el reconocimiento en su trabajo como contable. Pero para pactar conmigo su primera cita psicológica, me contó, había tenido que meditarlo durante toda una semana. Ir a un consultorio para hablarle a un desconocido -por muy profesional que este sea- sobre problemas que, suponía él, un hombre a su edad ya debía tener resueltos, le parecía una idea imposible.

Ese día se vistió con una camisa beige oscura, un pantalón azul y calzado marrón. Camino a la consulta, pensaba nervioso sobre cuál sería la mejor forma de empezar a contar lo que le sucedía. En la sala de espera, mientras hojeaba sin interés una revista y escuchaba la música instrumental de Engelbert Humperdinck que me gusta colocar en los lugares donde atiendo a mis pacientes, Anselmo se había sorprendido con una puerta que decía ‘Laboratorio’, por la cual la secretaria entraba y salía constantemente. ¿El psicólogo no era solo para conversar y que aconseje? 

Los pacientes, cuando esperan su turno en una sala de espera, suelen ocuparse pensando en situaciones pasadas o futuras, pero se olvidan del presente. Miedos, expectativas y posibles soluciones hacen que el lóbulo prefrontal y la amígdala produzcan sensaciones y pareceres, afirmaciones y negaciones, preguntas y respuestas que no llegan a ninguna conclusión. En la sala de espera el cerebro funciona como un chicle: induce a masticar pero no alimenta, sólo produce lo que me gusta llamar “flatulencia emocional”. 

No es para menos: los hombres tienen un 32% menos de probabilidades de visitar a un profesional de la salud que las mujeres y son menos propensos a buscar terapia para problemas como la depresión o la ansiedad. Los hombres, debido a que se les enseña desde niños a ser fuertes y estoicos, tienden a guardar silencio sobre sus problemas sexuales -a menos que se jacten de ello- frustrando una solución que incluso podría ser bastante sencilla.

⎯Doctor, tengo algo desde muy niño y me tiene preocupado. Es la primera vez que vengo a un psicólogo y es muy difícil que le diga lo que me sucede ⎯me confesó cuando entró en el consultorio y se sentó frente a mí. 

Anselmo soltó tropezadamente el “mal” que lo perseguía desde que sus compañeros se burlaron del tamaño de su pene en el camerino, el vergonzoso apodo que cargó durante años, y el miedo que le generaba tener relaciones sexuales.

Cuando terminó de contar sus problemas, se sintió atendido y escuchado. Le provocó alivio expresar por primera vez lo que por años mantuvo encerrado en su cabeza y en su corazón, pero no lo suficiente como para olvidar la duda que rondaba por su cabeza durante los últimos cuatro años: saber si su pene era pequeño o no.


XXL, por favor


Anselmo estaba convencido de que se trataba de una “cuestión psicológica” o de un problema que se alojaba en su cabeza. Para despejar cualquier duda sobre el tamaño de su pene, era necesario derivarlo, primero, a un médico andrólogo. 

La andrología es una especialidad de la medicina centrada en el estudio del varón en relación con sus funciones sexuales y reproductivas. La psicoandrología, en cambio, busco que se centre en el estudio y la atención del estado anímico y emocional de este. 

Anselmo no se sentía a gusto con la idea de contar otra vez su incomodidad a un desconocido. La mayoría de los hombres prefieren ignorar sus miedos y temores y se pasan la vida esperando que las dificultades que enfrentan se solucionen solas. Pero si esta situación se mantiene en el tiempo puede generar hombres estrechos a nivel afectivo, mental y sexual. 

Una de las repercusiones más usuales es que, al estar ante la compañía de, por ejemplo, una mujer en una situación íntima, los domina la idea de no ser capaces de satisfacerla. No se trata de casos aislados. Si bien el 85% de las mujeres se pueden sentir satisfechas con el tamaño del pene de su pareja, los hombres sí se sienten inseguros con el tamaño de su pene: se calcula que el 45% desea tenerlo más grande. 

Sin embargo, la mayoría de expertos coinciden que el orgasmo femenino ni tiene relación exclusiva con el tamaño del pene, ni se alcanza solamente con la penetración: el preámbulo para generar intimidad, cercanía y confianza, y la estimulación del clítoris -que posee ocho mil terminaciones nerviosas (el doble que las del pene) y cuya única función es proporcionar placer sexual- son esenciales. El problema en algunos hombres es que toda su aptitud, capacidad y valor la dirigen al tamaño de su pene.

Este trastorno -denominado trastorno dismórfico del pene, también conocido como ‘síndrome del pene pequeño’- produce inseguridad y frustración al dar por hecho que el tamaño de su pene es inferior al de otros hombres. Por ello, mi deber como psicoandrólogo es dejar de lado ideas equivocadas, extraídas, en su mayoría, de la pornografía -donde se seleccionan a actores con el pene extremadamente grande-, o de las discusiones entre amigos, en las que sobran los mitos y las informaciones erróneas.

A pesar de la mayoritaria incomodidad, son pocos los que deciden cambiar su anatomía. De las casi 15 mil operaciones estéticas realizadas en 2013 en todo el mundo, solo el 6.3% corresponden a una cirugía de alargamiento de pene o faloplastia. Pero ese pequeño porcentaje, no ha evitado que se cree un gran mercado de opciones. 

En la década del noventa se empezaron a realizar métodos que consistían en el corte parcial del ligamento suspensorio -cuya función es mantener el pene erecto en una posición vertical que facilita la penetración vaginal- para que este cuelgue más afuera del cuerpo, aumentando el tamaño del pene en reposo entre 1,5 cm. y 3 cm. Sin embargo, se descubrió que provocaba una formación excesiva de cicatriz, lo que llevaba a que la parte descubierta del pene se volviera a meter hacia dentro. 

También surgieron las inyecciones de grasa, gel u otros rellenos para darle al pene una apariencia más robusta, pero estos eran absorbidos por el cuerpo y casi siempre de manera dispareja. El resultado: penes abultados y deformes. Por ello, en 1994, la Asociación Americana de Urología señaló que ambas alternativas no eran seguras ni eficaces.

Entonces apareció el ‘método de tracción’, que no requiere cirugía. Se trata de un aparato extensor que se ancla en la base del pene y bajo el glande, ejerciendo tracción. Usándolo entre cinco y seis horas al día durante un periodo de seis meses, el pene se estira, en promedio, 2.3 cm. de longitud estando flácido y 1.7 cm. estando erecto.

Pero el alargamiento del pene solo mejora el autoestima de los hombres y no repercute en la calidad de las relaciones sexuales. Por ello, se difundió también un implante permanente de gel de silicón cohesivo, llamada Penuma, que sí garantiza placer y que ha sido aprobado por la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos. Su material -inspirado en los implantes de senos- no se rompe y puede removerse. Su éxito es del 95% y todos apuestan por los tamaños XL y XXL. La cirugía asciende a los 13 mil dólares.

Sin embargo, todos estos procesos no parecen responder tanto a necesidades físicas como sí a inquietudes mentales. En España, por ejemplo, se estima que el 90% de los pacientes que creen tener un pene pequeño y acuden a las consultas, en realidad, están dentro del promedio. No es extraño, incluso, que sobrepasen la media. Es decir, la mayoría de los hombres que están obsesionados con la idea de que tienen un pene demasiado pequeño, en realidad están dentro del rango promedio.


Cómo medir un pene


Cuando Anselmo llegó a la consulta que lo derivé, lo recibió una asistente, quien lo guió por la sala de espera hasta el médico andrólogo. Entró a la oficina, se sentó y esperó. El médico, que terminaba por ponerse la bata blanca, también se sentó y rompió el silencio de la sala de inmediato. 

⎯Anselmo del Monte, muy buenos días, la referencia central que hace usted es que está inconforme con el tamaño de su pene, ¿verdad? ⎯le consultó. Él asintió. ⎯Pues bien, veamos cómo está su pene. Voy a pedir a mi asistente que me ayude en el procedimiento.

Anselmo comenzó a sudar, y sintió un gran alivio cuando se percató que el asistente andrólogo era un hombre y no una mujer. Este le entregó al médico los instrumentos para la medición: un vaso con agua, un sildenafilo -conocido bajo la marca Viagra- de 50mg., cinta elástica, guantes y agua oxigenada. Luego, le ordenaron tomar la pastilla, acostarse en la camilla, bajarse el pantalón, enrollar la cinta elástica alrededor de su pene y esperar aproximadamente 40 minutos hasta que se produjera la erección.

Mientras esperaba, sintió un ligero dolor de cabeza, una leve congestión nasal y hormigueo en la planta de los pies. Pensó en algunas mujeres con las que le hubiera gustado acostarse pero no había podido debido a sus temores: una ex compañera de trabajo con quien tuvo amagues afectuosos, una morena que conoció en su época como estudiante universitario y con quien solo tuvo insinuaciones sutiles. Su pene se levantó con firmeza. Nunca antes había visto con tanto detenimiento el engrosamiento de su miembro. Se abrió la puerta e ingresó el técnico andrólogo.

⎯¡Anselmo, oiga usted! ¿qué más quiere? ⎯le dijo, observando su pene con falso asombro. ⎯Usted mismo se lo va a medir. Le daré la cinta de medidas y se la ubicará al costado de su pene, desde la base hasta el tope del glande, y luego, me dirá qué altura da, ¿está bien? ⎯preguntó el técnico. Anselmo sostenía los implementos, confundido con la situación⎯. Después, pone la cinta en la base y me dice qué medida da. Para terminar, la coloca en la base del glande y me dice, de igual manera, qué medida da. ¿De acuerdo?

Para medir la longitud, se presiona con una regla de plástico transparente en la superficie dorsal o lado superior del pene y se mide desde la base. Es decir, se presiona la regla hacia el hueso púbico (la unión pubo-peneana) tanto como sea posible -ya que cuanto más grasa acumula un hombre, más entierra el pene y pierde longitud- hasta la punta del glande o la parte superior, sin contar la longitud adicional proporcionada por el prepucio. La circunferencia se puede medir con una cinta, ya sea en la base o en su punto más ancho -el glande no cuenta- y luego esta se mide con una regla.

Anselmo, entusiasmado, lo midió con la supervisión del asistente: 13 centímetros de altura, 5 centímetros de ancho en la base y 5 centímetros en la base del glande. Una vez finalizado, por orden del técnico, se levantó de la camilla con dificultad dado que su pene seguía erecto y fue al baño para lavarse. 

Ya sentado frente al médico andrólogo, Anselmo le explicó lo perturbado que se sentía, a sus 24 años de edad, por no haber tenido relaciones sexuales ni pareja. 

⎯Yo me encargo de lo orgánico y funcional. Sus pensamientos y sentimientos tiene que verlos con el psicoandrólogo⎯ sentenció el médico. 

Llegó el asistente con el resultado de la medición. El médico revisó el informe y confirmó que el tamaño del pene de Anselmo estaba dentro del rango normal.

Cuarenta minutos después, Anselmo se sentía contento, animado y capaz, esperando su turno en mi consulta. Sabiendo ya los resultados, ahora la pregunta era el motivo real de su inseguridad. Tuvo que escarbar un poco más en torno a sus propias reflexiones. 


Superar el miedo


Anselmo creía que los hombres -por el solo hecho de ser hombres- nacen con un miedo incorporado para el desempeño sexual -“responder bien en la cama”, le decía él- y que ese miedo -que él lo sufría en silencio- era incluso la causa de que algunos se volvieran homosexuales. 

Ideas como las que planteaba Anselmo respondían a la falta de información y, al mismo tiempo, a una inquietud constante sobre el tamaño del pene, que ha perdurado durante mucho tiempo. 

La polémica sobre el tamaño del pene inició su incursión científica hacia finales de la década de 1940. Alfred Kinsey, uno de los pioneros de la investigación sexual humana en EE.UU., realizó la primera investigación importante en 1948. Le pidió a 3,500 estudiantes blancos y universitarios que se midieran el pene. Sin verificar las cifras que dieron, establecieron que la longitud promedio con erección era de 15.77 cm. y una circunferencia de 12.31 cm. 

Más adelante, en la década de 1990, Durex -la reconocida marca de preservativos fabricados por la multinacional SSL International- realizó otro sondeo poco representativo que estableció que el pene erecto había aumentado en promedio a 15 cm. y 13 cm., respectivamente. 

Luego fue el turno de su competidor, Lifestyles. En 2001, por medio de dos enfermeras, midieron el pene erecto de 301 voluntarios, también estudiantes universitarios estadounidenses. Los resultados -longitud y circunferencia de 14 cm. y 12 cm., respectivamente- no pudieron ser tomados en serio debido a que el estudio se realizó en una tienda de campaña en un club nocturno de Cancún. Además, el 25% de los voluntarios no lograron conseguir una erección útil y el resto estaba bajo los efectos del alcohol. 

En 2013, se realizó un nuevo estudio sobre el tamaño del pene que prometía mayor precisión ofreciendo a los encuestados un condón adecuado a sus dimensiones. Si exageraban, el condón quedaría flojo, y en caso dieran una medida por debajo de su tamaño real, quedaría demasiado apretado. Este estudio registró una longitud promedio del pene de 14.5 cm. y una circunferencia promedio de 12 cm. Evidenció, además, que algunas erecciones son más impresionantes que otras y esas diferencias podrían afectar significativamente las mediciones.

Hoy, estas medidas han disminuido. La nueva longitud del pene erecto promedio es de 13.12 cm y flacido es de 9.16 cm. Para llegar a estos números, el psiquiatra David Veale y su equipo de la Escuela de los Reyes de la Universidad de Londres sintetizaron los datos de 17 artículos académicos que incluyeron mediciones de más de 15 mil hombres de todo el mundo, calcularon las dimensiones promedio del pene en un entorno clínico dirigido por urólogos que se adhirieron a un protocolo de medición estándar.

“Estos gráficos ayudarán a los médicos a asegurar a la gran mayoría de los hombres que el tamaño de su pene está en el rango normal”, dijo el Dr. Veale sobre el estudio. Además, esto permitió sacar nuevas conclusiones: de cada 100 hombres, solo cinco tendrían un pene de más de 16 cm., y solo cinco de cada 100 hombres tendrían un pene de menos de 10 cm. 

Anselmo figura dentro del rango de un pene promedio. Pero, como sugieren algunos estudios, solo alrededor del 55% de los hombres están satisfechos con su tamaño.

Los resultados del estudio de la Escuela de los Reyes permitieron, además, desmitificar algunas creencias: la estatura, el tamaño del calzado o el índice de masa corporal no tienen relación con las dimensiones genitales. Tampoco existe una correlación significativa con la raza o el origen étnico, aunque el objetivo de la investigación no era demostrar esto último. En realidad, los hombres con una longitud menor de 4 centímetros en estado flácido y menos de 7 centímetros en estado de erección pueden llegar a tener microfalosomía, también conocido como micropene, según el mismo estudio. 

⎯¿Sabe? yo estaba dispuesto a que me operen para agrandar mi pene ⎯me aseguró Anselmo en una de las sesiones. ⎯Es que en mi casa nadie me habló nunca de sexo, y en el colegio, menos. He leído algo en internet, pero unos dicen una cosa y otros dicen otra. Hasta masturbarme me producía incomodidad.

Muchos hombres están acostumbrados a mostrarse como seres cerrados, duros y fríos. En vez de saciar sus dudas, prefieren callar. Sin embargo, vivir encerrado en interrogantes conduce a la ignorancia y, en el peor de los casos, a la soledad. Cuando Anselmo decidió venir a mi consulta para hablar sobre sus problemas, demostró coraje y valor.

Tiempo después me enteré que Anselmo ya había pactado su primera cita con una mujer.

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